Héroes de la República insepultos en el Ebro

Ni tan siquiera tirados en fosas clandestinas, directamente insepultos, a la intemperie. Fémures y cráneos aquí y allá, apareciendo detrás de cualquier arbusto; en no pocas ocasiones ocupando los mismos lugares en los que fueran destrozados por los obuses alemanes e italianos que auxiliaron a Franco.

Así se encuentran todavía numerosos defensores de la República española en las tierras altas del Ebro, tal y como recogía este fin de semana El País, al informar de excursionistas y vecinos que habían ido reuniendo, en más de 600 trozos distintos, los restos mortales dispersos de “unos 63” combatientes republicanos caídos durante la batalla del Ebro de 1938. En la línea de las terribles, imposibles de creer, imágenes emitidas por Telecinco hace ya más de un año, que tampoco pueden ser olvidadas.

Que estemos hablando de personas que se dejaron la vida en una de las batallas más desesperadas y cruentas que se recuerden en España, que lo hicieran en defensa de la Constitución, de nuestras libertades, de nuestro futuro,…que en cualquier otro lugar civilizado serían honrados como héroes…parece que poco importa.

Llevan más de 70 años allí tirados, directamente a la intemperie; incluida la cuenta de los más de veinte años desde que nuestro “Estado de Derecho” ratificase, en abril de 1989, el Segundo Protocolo a la Convención de Ginebra, cuyo elemental artículo 8 no podría resultar más claro en relación con los ineludibles deberes legales de Estado de búsqueda y trato decoroso de los restos mortales de los combatientes:

Artículo 8 – Búsqueda. Siempre que las circunstancias lo permitan, y en particular después de un combate, se tomarán sin demora todas las medidas posibles (…) para buscar a los muertos, impedir que sean despojados y dar destino decoroso a sus restos.

Medidas “sin demora” para “dar destino decoroso a sus restos”…no cabe duda, los desaparecidos en combate, son los desaparecidos entre los desaparecidos; y en nuestro país más. Sea en los escenarios bélicos del Ebro o en cualesquiera otros.

Las normas internacionales de referencia de los “desaparecidos en combate” podrán no ser las mismas que ante las desapariciones forzadas, pero el dolor y la interminable espera de sus familiares ante la angustia del ser querido desaparecido del que nunca más se supo – la ausencia del lugar de reposo donde recordarles y honrarles – sí que lo es.

Pero – como ante el Convenio Europeo de Derechos Humanos, Nuremberg y todo lo demás – el Segundo Protocolo a la Convención de Ginebra, el artículo 8 más arriba citado, tampoco vale en España. La Convención de Ginebra…

Qué terrible vivir en un país tan poco serio en el que se hace necesario argumentar y reclamar a nuestras autoridades por qué “sería mejor” – y más decente – cumplir con los tratados absolutamente fundamentales firmados por España…les dé o les quite votos a nuestros gobernantes…

Qué terrible que hasta la derecha democrática de otras naciones civilizadas como la de la Alemania de Ángela Merkel haya entendido que el cumplimiento de tales tratados internacionales en materia de derechos humanos – la nulidad de las “sentencias” del nazismo y todo lo demás – no es algo meramente optativo, no es ni de izquierdas ni de derechas…mientras que los actuales dirigentes de nuestro partido socialista todavía no lo hayan hecho…

Qué terrible la actuación de los ayudantes de la impunidad, aquellos dentro del PSOE siempre dispuestos a justificar, violación tras violación del derecho internacional – vergüenza tras vergüenza –, el trato inhumano a estas personas cuyos derechos se siguen negando de todas las formas posibles… la actuación de aquellos que ponen todos los paños calientes del mundo en nombre del PP que se avecina, de lealtades de partido mal entendidas, de la “responsabilidad de gobierno”, y no sé que más. Y eso que siempre creí que una de las primeras responsabilidades de gobierno, de cualquier gobierno, era justamente la de garantizar los derechos humanos tal y como vienen recogidos en el derecho internacional: tal y como dice el artículo 10.2 de la Constitución española o su artículo 96…ni más ni menos… cumplir nuestra Constitución debe ser también algo gravemente incompatible con la responsabilidad de gobernar, como lo del Convenio Europeo de Derechos Humanos…cosa de izquierdosos o de quienes quieren parecerlo…

¿Qué es lo que pasa en este país cuando se puede incumplir todo el derecho internacional perpetrando comportamientos verdaderamente infames desde nuestras propias instituciones, y el mero hecho de exigir la normal observancia de las leyes de humanidad – como la de no dejar a miles y miles de personas tirados como perros – resulte ser “guerracivilismo”, “ir de rojo”, o lo que se les ocurra?

¿Qué es lo que pasa cuando, ante el frío hecho de los cientos de cuerpos a la intemperie en el Ebro, el gobernante de turno del PSOE se puede ir públicamente de rositas con cualquier chascarrillo feliz como “sentirse absolutamente cercano a las víctimas”, o directamente mintiendo a la ciudadanía de forma descarada diciendo cosas como que la sentencia de Blas Infante ya no existe en virtud de la “ley de la memoria”?.

Y, con todo, esa imagen de esos cientos de cuerpos insepultos en el Ebro no nos habla ya, únicamente, de un Gobierno que será largamente recordado por sus hazañas en materia de justicia universal – que sí que sobrevivió a Aznar, pero que, paradójicamente, no lo hará a Zapatero… – y una impactante cobardía moral que resulta inevitable criticar, sino que nos habla de algo más de fondo, casi antropológico, aún pendiente en nuestra misma sociedad.

Homero lo recrea en el canto XXIV de su Iliada, el titulado Rescate de Héctor, cuando Príamo, Rey de Troya, acude en la noche a suplicarle a Aquiles la restitución de los restos profanados de su heroico hijo, defensor de la ciudad – valiente y digno en la lucha, salvajemente arrastrado después de vencido a los mismos pies de las murallas –, con el único fin de poder honrarlos y darles digna sepultura. En nuestro caso los restos mortales de nuestros héroes han quedado ahí tirados, sin más, sin medio remordimiento de conciencia de ninguna autoridad estatal; no ya únicamente durante toda la dictadura, sino durante todo lo que llevamos de democracia, Gobierno tras Gobierno, a lo largo de este ininterrumpido reinado de un mismo monarca que nunca ha mostrado un ápice de esa misma humanidad de Príamo para con nuestros propios vencidos en los últimos 35 años…

Esos maltratados restos de nuestros propios héroes representan, al mismo tiempo, algo profundo y pendiente en el seno de nuestra propia sociedad postgenocidio, en la decencia de nuestros gobernantes y respecto de cualquier idea de dignidad democrática que nuestras propias instituciones pretendan encarnar, ¿cómo podrían resultar verdaderamente dignas las unas sin los otros, mientras estos últimos continúan tirados a la intemperie?.

En uno de esos votos particulares que le recuerdan a uno por qué y para qué se estudia derecho – el formulado por el magistrado Cançado Trindade en el conocido caso Bámaca Velásquez contra Guatemala en sede de la Corte Interamericana – se nos recuerda:

“La solidaridad humana se manifiesta en una dimensión no sólo espacial – es decir, en el espacio compartido por todos los pueblos del mundo, – sino también en una dimensión temporal – es decir, entre las generaciones que se suceden en el tiempo, tomando el pasado, presente y futuro en conjunto. Es la noción de solidaridad humana, entendida en esta amplia dimensión, y jamás la de soberanía estatal, que se encuentra en la base de todo el pensamiento contemporáneo sobre los derechos inherentes al ser humano”, “lo que concebimos como la especie humana abarca no sólo los seres vivos (titulares de los derechos humanos), sino también los muertos (con su legado espiritual). El respeto a los muertos se debe efectivamente en las personas de los vivos. La solidaridad humana tiene una dimensión más amplia que la solidaridad puramente social, por cuanto se manifiesta también en los lazos de solidaridad entre los muertos y los vivos (…) En definitiva, los vivos y los muertos encuéntranse mucho más vinculados de lo que uno pueda prima facie suponer, y esta realidad no puede seguir siendo ignorada por el Derecho Internacional de los Derechos Humanos en evolución”.

No hay rescate de Héctor entre nosotros, yace aún profanado por la furia de Aquiles más allá de las leyes de los hombres o de los dioses.

Seguimos, en este país, sin noticias de Príamo.

Miguel Ángel Rodríguez Arias es profesor de Derecho Penal Internacional de la Universidad de Castilla-La Mancha, autor del libro “El caso de los niños perdidos del franquismo: crimen contra la humanidad” y otros trabajos pioneros sobre desapariciones forzadas del franquismo que dieron lugar a las actuaciones de la Audiencia Nacional.

LA REPÚBLICA – 10/5/2010

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En la Guerra Civil de Cartier-Bresson

REPORTAJE

Un investigador español halla en Nueva York la película que el fotógrafo filmó sobre la Brigada Lincoln en Quinto de Ebro – El material se creía perdido desde 1938

JESÚS RUIZ MANTILLA – Madrid – 14/05/2010

Los héroes de la Brigada Lincoln no llevaban uniforme. Tampoco iban rapados al cero y muchos, en vez de casco, usaban gorros de lana para rascarse el frío a la orilla del Ebro. Los voluntarios de la Brigada Lincoln eran idealistas y parranderos. Fumaban, reían, cantaban y para ellos carecía de importancia el miedo. Peor era dejar pasar a los fascista

Venían de Estados UniCartier-Bresson, con los brigadistas

dos, Canadá, Gran Bretaña. Muchos fueron parte importante de los 2.800 americanos de las Brigadas Internacionales y participaban en varios batallones. Los que caían en el frente eran sustituidos en la formación por españoles del ejército republicano. Su contribución a la guerra, entre 1937 y 1938, fue filmada por el fotógrafo Henri Cartier-Bresson en un documental que se daba por perdido. Juan Salas, investigador de la Universidad de Nueva York, lo ha encontrado tras una búsqueda de años. Se titulaCon la Brigada Lincoln en España y el 27 de mayo verá la luz en la Filmoteca Española.

No fue el único trabajo que Cartier-Bresson hizo sobre la Guerra Civil. En total, filmó tres documentales: Victoria de la vida y España viviráson los otros dos. Se proyectarán también en la Filmoteca. El cine fue un amante esquivo para aquel rey de la fotografía que fundó, tras la Segunda Guerra Mundial, la agencia Magnum. “Al principio le fascinaba, pero después se decepcionó por la lentitud del proceso”, comenta Salas.

Cartier-Bresson, Herbert Kline y Jacques Lemare

Del poder inmediato de una foto a la labor de meses requerida por un documental podía mediar un tiempo precioso para remover conciencias. Cartier-Bresson quiso aprender cine fascinado por Buñuel. “Incluso intentó ser ayudante de dirección suyo”. Pero don Luis le rechazó. Algo que no hizo después Jean Renoir, para quien trabajó de asistente en Una salida al campo y La vie est a nous. Aun así, en sus documentales españoles se aprecia la huella de Las Hurdes, por ejemplo. “Buñuel fue una influencia evidente. Ésa y la de otros artistas de la revista Documents o directamente del cine soviético”.

Motivado con esa nueva arma de la comunicación, Cartier-Bresson quiso arrimar el hombro. Estudiaba cine documental en Nueva York con Paul Strand, uno de los artistas de izquierdas más activos en al apoyo a la República Española en la ciudad. “Rápidamente le dijo que contactara con Herbert Kline en París y que escribieran un guión”.

Lo hicieron juntos y se presentaron al lado de Jacques Lemare en el frente del Ebro. Con sus cámaras Eyemo (70 A) de 35 milímetros. “La idea era filmar el día a día de los voluntarios, mostrar la diversidad de procedencias, los atuendos. Como una fuerte motivación política podía suplir la disciplina de un ejército regular y ser efectivos”. La película muestra cómo vivían, qué comían, cómo se bañaban y la distinta suerte que corrían en el frente.

Todo eso y más en 18 minutos. Pero también incluye imágenes de ciudadanos leyendo en la calle. “Ensalzaban los logros de la política educativa de la República”. Aunque el grueso se centra en el día normal de un batallón. Con sus glorias y sus miserias. Su indestructible mentalidad y su incierta suerte. Hay escenas de camaradería y sacrificio. Imágenes que captan el jolgorio, el frío pelón, la sopa aguada, el pan gomoso y un aire anárquico en la organización y las arengas con que trataba de insuflar ánimos Robert Merriman, profesor de Económicas de la Universidad de California, que fue comandante de la Lincoln. También hay sangre. La lucha, las bombas y los hospitales de Villa Paz, en Saelices, y Benicàssim. “Se filmó para recaudar fondos que ayudaran a repatriar los heridos a EE UU”.

Llegaron tarde, pero se estrenó. “Fue el 21 de mayo de 1938 en el cine Cameo de la calle 42”. Después, la película desapareció. Hasta Pierre Assouline, biógrafo de Cartier-Bresson, la dio por destruida en el libro que le dedica a la vida del fotógrafo. Eso no evitó que a Juan Salas le picara la curiosidad.

Descubrió el material en las oficinas que todavía tiene la Brigada en Nueva York. Cotejó con unas fotos que Harry Randall, sargento del batallón, había hecho el día que los tres documentalistas llegaron a Quinto de Ebro y resolvió el enigma. “Las fotos de los cineastas cámara en mano hechas por los voluntarios muestran a estos filmando escenas que aparecen en el documental. Fue lo que me permitió probar que es la película de Cartier-Bresson”.

Entre los fotogramas de Con la Brigada Lincoln en España hay otra curiosidad: planos de Robert Capa que Juan Salas ha descubierto por otra parte. La culpa es de un campesino y su horca de madera. Habían encargado a este profesor madrileño de la NYU un artículo sobre algún aspecto de la famosa maleta del fotógrafo. “El campesino de una de las imágenes aparecía en la película”. Con el mismo gesto, la misma herramienta, el mismo traje. Las fotos de ese día y las imágenes son las mismas. Como era amigo de Cartier-Bresson le debió ceder su material para la película”.

Fue un trabajo de concienciación, de lucha, de compromiso. No se preocupaban de la autoría. Todo valía. “Aunque sí hay una voluntad de estilo, también una narrativa coherente y una estructura clara. Era un arma política”. Hay travellings inversos y curiosos primeros planos. Más tratándose de un fotógrafo que resaltaba las tomas medias. En ellas se aprecia vida, sonrisas y barbas cerradas. También muerte y heridas. Luces y sombras de una memoria que no se debe extinguir.

La odisea de un instante

– Con la Brigada Lincoln en España, película perdida de Henri Cartier-Bresson sobre la Brigada Lincoln y hallada en Nueva York, dura 18 minutos.

– Se estrenó el 21 de mayo de 1938 en el cine Cameo,

de la calle 42 de Manhattan. Después, el material desapareció.

– Hasta Pierre Assouline, biógrafo de Cartier-Bresson, daba por hecho en un recuento sobre la vida del fotógrafo que el celuloide estaba perdido para siempre.

– Juan Salas encontró

los rollos en la oficina neoyorquina de la Brigada Lincoln.

EL PAIS – 14/05/2010

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Ocultaron un Manifiesto de la República detrás de una foto de Franco durante 40 años

17 de Mayo de 2010

Durante más de 40 años un retrato del dictador Francisco Franco en la ciudad de Sahagún llevó ocultó por detrás  un documento que reconocía al municipio por haber sido el segundo del país en proclamar la II República. La historia la revela el Diario de León, que inlcuye una foto del manifiesto y cuenta como lo encontraron, tras la llegada de la democracia, funcionarios públicos al retirar el retrato del “Generalísimo” que había presidido durante cuatro décadas el salón de plenos del ayuntamiento.

(Foto: Flickr/Iesluisvelez)

Se trataba de una declaración del Gobierno de la República otorgando a Sahagún, en el año 1931, el título de “muy ejemplar ciudad” al haber sido su alcalde, Benito Pamparacuatro, el segundo del país, después del de Eibar, en declarar la abolición de la monarquía de Alfonso XIII y la implantación de la II República Española.

La imagen de Franco y este manifiesto republicano “convivieron” pegados durante 40 años. El documento decía “concurriendo en la ciudad de Sahagún circunstancias análogas a las que determinaron el Decreto de 29 de abril del corriente año, por el que se rendía homenaje de justicia a las ciudades de Jaca y Éibar, y mereciendo también un reconocimiento público y perdurable la despierta civilidad de Sahagún, que proclamó la República en la madrugada del 13 al 14 de abril, con espontáneo y vibrante gesto de civismo y democracia…”.

El alcalde de Sahagún tras las elecciones del 12 de abril de 1931 fue Benito Pamparacuatro cuyo segundo apellido, ironicamente era… Franco. A las 7h30 de la mañana del 14 de abril, aunque aun no había sido nombrado alcalde oficialmente,  proclamó la República en el municipio colocando en el balcón del Ayuntamiento la bandera tricolor. Tras el golpe de estado del 18 de julio de 1936 Pamparacuatro fue recluido en San Marcos y asesinado por militantes de la Falange. Tenía 39 años.

Radiocable.com

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Nueva obra subraya esfuerzos diplomáticos de la República española en México

EFE

México fue el único país occidental que mostró un apoyo sin concesiones a la República en guerra contra las fuerzas franquistas, lo que llevó a los diplomáticos españoles a sentar, sin acabar aún el conflicto, las bases del futuro exilio republicano, explica el historiador Ángel Viñas en su último libro.

Este catedrático y diplomático ha dirigido la obra coral “Al servicio de la República, diplomáticos y guerra civil”, que reúne los trabajos de ocho historiadores, entre ellos él mismo, sobre la labor de la poco conocida diplomacia republicana en tiempos de la Guerra Civil española.

Uno de esos estudios es el del historiador Abdón Mateos, que abunda sobre los esfuerzos diplomáticos españoles realizados en esa época en México, y sobre los que también comenta Viñas en una entrevista con Efe.

Según subraya Viñas, este libro, impulsado por el actual ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, quiere “recuperar la memoria de los hombres y mujeres del servicio exterior español que sirvieron fielmente a la República”.

El catedrático explica que el principal reto con el que se encontró el menguado servicio diplomático de la República al comienzo de la Guerra Civil fue el tratar de convencer a los principales gobiernos occidentales de que tomaran partido en contra de las tropas rebeldes lideradas por el general Francisco Franco.

El objetivo era obtener no sólo apoyo político internacional, sino sobre todo recibir material de guerra con el que armar al caótico ejército republicano.

Fue entonces cuando la República descubrió que tenía menos amigos exteriores de los que creía y que la mayor fidelidad la encontraba precisamente en México, antes de que llegara la Unión Soviética con mucho apoyo, pero con unos intereses bien marcados.

México, destaca el catedrático español, “suministraba armas en la medida de lo posible, pues no era un país con mucho armamento”.

No obstante, subraya el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, pronto las embajadas y representaciones de México en el exterior “se pusieron al servicio de la República para canalizar las compras de armas” y el suministro de “productos alimenticios que hacían mucha falta en España”.

Viñas insiste en que “más importante fue el apoyo político y diplomático” de México hacia la España republicana.

“En la Sociedad de Naciones son pocos los que hablaban a favor de la República española. México lo hace desde el primer momento”, resalta el autor de “La Alemania nazi y el 18 de julio”, y “El oro español en la Guerra Civil”.

Según Viñas, esta buena sintonía entre el régimen republicano y el Gobierno mexicano facilitó los contactos que algunos diplomáticos del Madrid sitiado por las tropas franquistas mantuvieron con el Ejecutivo de Lázaro Cárdenas para despejar el camino de un futuro exilio español en el país azteca.

El que era presidente del Gobierno de la República desde 1937, Juan Negrín, mandó en 1938 a México a Juan Simeón Vidarte, uno de sus hombres de confianza, “a que hiciera una exploración con el presidente (Lázaro) Cárdenas para ver si éste estaba dispuesto a aceptar la entrada masiva de republicanos españoles, previendo ya entonces la derrota”, señala Viñas.

“Cárdenas, desde luego, dice que sí. México fue uno de los países que desde el primer momento acepta esa llegada (de exiliados), aunque al principio de manera discreta para no fomentar el derrotismo en España”, agrega.

El autor de la Trilogía sobre la Guerra Civil Española (“La soledad de la República”, “El escudo de la República” y “El honor de la República”) cuenta que por entonces el papel de Negrín “no estaba ya en conseguir la victoria”.

Negrín quería simplemente “mantener la resistencia: primero para ver si podía lograr que las potencias occidentales imponían un armisticio a Franco y, segundo, para que esos países pudieran darse cuenta de que el enemigo no era la URSS sino el fascismo” y nazismo de Italia y Alemania.

El entonces presidente legítimo de España “tenía razón al adoptar esas estrategias. Lo que ocurrió es que la República no resistió”, ni siquiera con el apoyo de aliados como la URSS o México, describe Viñas

 ADN.es  /  08/06/2010

Editado por Marcial Pons Historia

Al servicio de la República. Diplomáticos y guerra civil

Ocho reconocidos historiadores españoles se han dado cita en esta obra colectiva para documentar el cerco al que se vio sometida la República por parte de las democracias occidentales y que desembocó en la imposibilidad de obtener armamento y apoyo diplomático salvo de la Unión Soviética y de México. El lector encontrará una reconstrucción de las consecuencias administrativas y orgánicas que la sublevación militar produjo en el servicio exterior español. Se examinan las actuaciones republicanas a través de las embajadas más importantes (Londres, París, Washington, Moscú, Praga, Berna y México) y aspectos hasta ahora desconocidos, como la composición y desarrollo de una nueva carrera diplomática o el revés sufrido por la diplomacia del gobierno republicano en la capital británica. Sobre todo ello gravita el problema con que se enfrentaron los grandes cuerpos del Estado y el diplomático en particular: ¿hacia dónde debían tender sus lealtades? Esta novedosa investigación se publica como homenaje a quienes no dudaron en situarse del lado del que entonces fuera el Gobierno legítimo.

La obra incluye un prólogo de Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores, y textos de Julio Aróstegui, titulado “De lealtades y defecciones. La República y la memoria de la utopía”; de Ángel Viñas, sobre “La gran estrategia política exterior de la República”; de Enrique Moradiellos, con título “La embajada en Gran Bretaña durante la guerra civil”; de Ricardo Miralles, centrado en “El duro forcejeo de la diplomacia republicana en París. Francia y la guerra civil española”; de Soledad Fox, titulado “Misión imposible: la embajada en Washington de Fernando de los Ríos”; de Elena Rodríguez Ballano, sobre “Un socialista y una atalaya del SIDE en Berna”; de Matilde Eiroa, centrado en “La embajada en Praga y el servicio de información de Jiménez Asúa”; y de Abdón Mateos, sobre “Gordón Ordás y la guerra de España desde México”.

Ángel Viñas, que ha dirigido esta edición, es catedrático de la Universidad Complutense. Historiador de la guerra civil y el franquismo, ha compaginado tareas diplomáticas en España y la Unión Europea con una intensa labor publicística que se ha reflejado en los últimos diez años en media docena de libros individuales, tres como coautor y dos más como editor.
Infoenpunto.es  /  06/06/2010

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Entre la libertad y el cambio

Las autoras del artículo analizan el «hacer político» del primer lehendakari, José Antonio Agirre, a quien «le tocó agarrar el timón de Euskadi en una hora terrible

EIDER MENDOZA  : JOSEMARI ALEMÁN AMUNDARAIN | PARLAMENTARIA DEL PNV

E n estos tiempos en que se divulgan estudios y opiniones sobre la crisis de la política, queremos trasladar por medio de estas líneas algunos trazos significativos de un hombre de nuestra tierra: Jose Antonio Agirre, primer lehendakari de Euskadi. Queremos ver cómo nos puede iluminar hoy su hacer político, cuando el liderazgo político está altamente cuestionado. A Agirre le tocó agarrar el timón de Euskadi en una hora terrible que, no obstante, no impidió que levantara su gobierno sobre unas bases políticas sólidas y contundentes. «El Gobierno Vasco salvaguardará las características nacionales del pueblo vasco, prestando al fomento de las mismas toda la consideración y protección a que le obliga el reconocimiento de la personalidad vasca, de la que es exponente y garantía este Gobierno». Este compromiso constituye el nervio político del primer Gobierno Vasco que echó a andar el 7 de octubre de 1936. Bajo el Árbol de Gernika suscribieron el acuerdo de gobierno el lehendakari Jose Antonio Agirre y todos los miembros de su gabinete: cuatro pertenecían al PNV, tres al PSOE, uno a Izquierda Republicana, uno al Partido Comunista de España, uno a ANV y uno a Unión Republicana. Era un gobierno de concentración para un país en guerra desde pocos meses atrás.
 
José Antonio Aguirre primer lehendakari de Euskadi
En el cincuentenario de su muerte, el lehendakari Agirre es objeto de análisis varios. Algunos lo retratan como ejemplo del acuerdo entre diferentes y de la transversalidad. No se puede obviar, sin embargo, el núcleo que inspiró en todo momento su andadura política: el reconocimiento del pueblo vasco como nación y la defensa de sus derechos así como la de los ciudadanos vascos. Fue la columna vertebral de su política, tanto como jeltzale como lehendakari. Agirre no era dado al cambio de principios, mucho menos a negarlos; al contrario, mantenía firmes los criterios fundamentales: convencido de que Euskadi tenía derecho a decidir sobre sí misma, consumió sus energías en la lucha por su logro. Pagó un alto precio por ello. Vivió más de una ruptura, entre ellas la sucedida en el propio Gobierno Vasco con la marcha del consejero del PSOE Santiago Aznar, obligado por el Partido Socialista a dimitir a causa de la sintonía del responsable de industria con el lehendakari.
José Antonio Agirre y Lekube vive ya desde muy joven la pasión por su pueblo a través de su militancia en EAJ-PNV. Siendo alcalde de Getxo, nada más proclamarse la II República, lidera el 17 de abril de 1931 la Marcha de los alcaldes vizcaínos para reunirse en la Asamblea de Municipios vascos bajo el roble de Gernika. Sin embargo la Asamblea no se celebró. Lo impidió el gobierno provisional de la República española, que envió a la guardia civil y a soldados de infantería a cerrar todas las entradas de Gernika. Los alcaldes no llegaron hasta la Casa de Juntas, pero todos firmaron el manifiesto al pueblo vasco en el que se proclamó por vez primera el derecho de autodeterminación.
Agirre es un hombre con un profundo sentido de la justicia. Enraizado en un cristianismo solidario con el débil y oprimido, persona o colectividad, defiende con vehemencia el derecho del pueblo vasco a gobernarse a sí mismo. Es un hombre de fe y, como tal, un político con una larga perspectiva y honda esperanza que no cede al desaliento por la causa de la libertad de Euskadi. Lo vemos ya en 1931 en la lucha por el primer Estatuto. Un texto que finalmente será refrendado por el 84% de la población llamada a votar. Era el año 1933, pero habrían de transcurrir tres años hasta que el Congreso de los Diputados aprobara el autogobierno vasco el 1 de octubre de 1936, ya en plena guerra civil.
En esos seis años Agirre es testigo de los duros golpes contra el cumplimiento de la voluntad de su pueblo. Su denuncia no deja lugar a dudas: «Ciertamente, es curioso observar la coincidencia que entre las fuerzas de izquierda y derecha monárquicas españolistas de nuestro pueblo, se produce cuando el pueblo vasco se levanta por su libertad. Entonces las coincidencias negativas son lícitas, fluyen naturalmente. Toda clase de pactos destructivos son justificables». Sus escritos, ya en el exilio, ponen negro sobre blanco: «Parece mentira que haya aún entre los socialistas que vivían en Euzkadi quienes inconscientemente deseen presentar y suceder a la Liga Monárquica cuyo papel no fue sino ése, seguir a Madrid en todo y poner freno a cuantas iniciativas significaban un átomo de libertad para el país. ¡Pobre pueblo nuestro si en sus manos cayeran sus destinos!».
El lehendakari Agirre no vacila sobre la raíz del conflicto vasco. Señala una fecha: el 25 de octubre de 1839. Aquel día, recuerda, las Cortes españolas acordaron prácticamente la supresión de los Fueros vascos al aprobarlos «sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía», para añadir que el nacionalismo vasco y con él Euskadi no podía aprobar ni dar su aquiescencia a ninguna Constitución española porque pugnaba con el estado de derecho anterior a 1839, base jurídica del reclamo de la soberanía vasca. Concluye rotundo: «mientras esta demanda de soberanía no sea satisfecha no cesará la protesta». José Antonio Agirre debatirá infinidad de veces sobre estas cuestiones en el Congreso de los Diputados, siempre abierto y dispuesto al diálogo, mas nunca cejará en su defensa cerrada del derecho de Euskadi a ser un pueblo libre y dueño de decidir su futuro y denunciará incansable la negación de tal derecho. También en el ámbito internacional, del que hablaremos en la segunda parte de este artículo.
DIARIO VASCO /  20/06/2010
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Velas encendidas contra la impunidad del franquismo

CORAL BRAVO

Sobre España pesa la vergüenza y la obscenidad de ser el único país europeo en el que no se ha hecho efectiva una Ley de Memoria que restituya la dignidad a las víctimas del fascismo franquista. El siglo XX europeo fue un siglo convulso en el que, en su primera mitad, casi todos los países fueron víctimas de guerras, represiones y totalitarismos exterminadores. España no fue la excepción, aunque, sin embargo, la excepcionalidad trágica española reside en los largos cuarenta años que duró la dictadura de Franco.

En el resto de países europeos, tanto ciudadanos como instituciones del Estado, de manera unánime y consensuada, han condenado sus fascismos y han hecho efectivas leyes de Memoria y de reconocimiento a las víctimas. ¿Se entendería, por ejemplo, que la derecha alemana se negara a condenar los crímenes del nazismo? Pues eso ocurre en España, donde estamos presenciando la oposición de la derecha y de la Iglesia española a admitir ese reconocimiento histórico y moral a los damnificados -que fueron muchos- de una barbarie que todos, salvo verdaderos fanáticos perturbados, deberíamos condenar. Como dice Carmen Negrín, nieta del último Presidente de la II República española, España es el único país que no se arrepiente de su fascismo. 

Ante la resistencia obstinada de esos sectores que pretenden la impunidad del terror franquista y que obstruyen de manera sistemática el cumplimiento de la Ley de Memoria aprobada en el Congreso de los Diputados en octubre de 2007, diversos colectivos de ciudadanos, políticos e intelectuales pretenden llevar a cabo esa labor de restitución moral que debería ser competencia del Estado. Es el pueblo, son los descendientes de fusilados, encarcelados, enterrados en campos y cunetas sin nombres ni apellidos, son los ciudadanos demócratas y decentes y los defensores de los derechos humanos los que continúan en ese empeño de resarcir la memoria, como colectivo, de todos aquellos que murieron por haber defendido la legalidad vigente que era la republicana. 

La Plataforma contra la Impunidad del franquismo (www.contralaimpunidad.com) es uno de esos colectivos que, compuesto por cientos de ciudadanos que pretenden que se
salden esas grotescas cuentas pendientes de la historia, llevan a cabo iniciativas, manifestaciones y actos de reconocimiento a tantas víctimas de la injusticia, de la violencia y del horror. 

Porque, tras la victoria del fascismo que acabó con la legalidad de la II República española, y una vez iniciado el nuevo régimen dictatorial con Franco como cabeza visible, fueron casi 200.000 personas las que fueron asesinadas por motivos ideológicos en la posguerra, y, de un modo u otro, las muertes no cesaron hasta el final de la dictadura. Y fueron alrededor de 135.000 niños los que la dictadura secuestró por ser hijos de “rojos” que, tratados como ganado, fueron adoctrinados en instituciones religiosas y entregados a familias adeptas al régimen, convirtiéndoles en quienes no eran. 

Y fueron tantas y tantas las atrocidades que nos han ocultado y que los historiadores franquistas se encargaron de dejar en la oscuridad de la ignorancia, que no podemos menos que solidarizarnos con muchos miles de españoles que sufrieron el terror en sus carnes, ya por la muerte directa, ya por vivir en el estigma, el miedo y la miseria física y mental permanente. Los datos están ahí; no hay más que acceder a las investigaciones honestas que diversos historiadores de prestancia acreditada han llevado a cabo en los últimos años. 

Pero España sigue, vergonzosamente, sin arrepentirse de su fascismo. Porque existen algunos sectores (el PP entre otros) que hablan de reabrir heridas que nunca, en realidad, cerraron, pero que no condenan el terror. Y existe una Iglesia que insulta a Saramago recién muerto, por ser alguien comprometido con la libertad y con los derechos de la gente, pero que sigue haciendo misas en honor a un dictador que asesinó a miles de españoles. Y existen absurdos botarates comprados a sueldo que, haciéndose pasar por historiadores, cuentan una historia falsa que pretende tapar la verdad. Tanto esfuerzo no se entiende a no ser que lo que haya que tapar sea mucho. Sin embargo, como decía Rubén Darío en sus versos, la verdad es y será siempre la verdad, por más que la oculte el cieno. 

Contra la impunidad de los crímenes de la dictadura, en honor a las víctimas de ese horror que duró cuarenta años, el próximo sábado día 26 a las 22,00 H., en la Puerta del Sol de Madrid, habrá una concentración nocturna con velas encendidas en recuerdo y homenaje a los miles de hombres y mujeres que dejaron su vida por defender la razón, la democracia y la libertad. Porque la verdad es y será siempre la verdad, “por más que la oculte el cieno”. 

Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica

EL PLURAL  /  25/06/2010

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Duelo por la República Española

Las matanzas en el bando antifranquista durante la Guerra Civil no fueron de los republicanos, sino de los partidarios de una revolución social que, de haber triunfado, también hubiera supuesto el fin de la República

SANTOS JULIÁ

En la noche del 22 al 23 de agosto de 1936, Manuel Azaña y su amigo y abogado Ángel Ossorio mantuvieron una larga y dramática conversación en el Palacio Nacional. Habían llegado a Palacio las noticias de las atrocidades cometidas por milicianos en el asalto a la cárcel Modelo de Madrid, donde fueron abatidos o fusilados varias decenas de presos, entre otros Melquíades Álvarez, antiguo jefe político de Azaña en el Partido Reformista. Azaña no puede soportar el duelo inmenso por la República, la insondable tristeza que le produce la matanza y siente veleidades de dimisión. Ossorio, que ha sido llamado por Cipriano de Rivas, cuñado del presidente, intenta tranquilizarlo recurriendo a un argumento que irrita a su amigo, pero que acaba por calmar su ansiedad: las muertes de aquellas personas, muchas de ellas encarceladas con el único propósito de garantizar su seguridad, entraban en la “lógica de la historia”.

Esa conversación, que Azaña reproducirá en su diario y en La velada en Benicarló, condensa como ninguna otra el drama político y de conciencia vivido por un puñado de republicanos -y por algunos socialistas- ante la enormidad de los crímenes cometidos en los territorios que habían quedado bajo autoridad nominal del Gobierno legítimo. Lo vivían, ese drama, quienes, sabiendo de los crímenes y sintiendo repugnancia por tanta sangre derramada, decidieron mantenerse leales a la República. No se lo plantearon los que mataban, que consideraban la muerte de los representantes del viejo orden social como una exigencia de la revolución; tampoco quienes, sin matar, los justificaban por alguna necesidad histórica o porque antes de la revolución fue la rebelión, como el católico y jurista Ossorio; ni, en fin, quienes apoyándose en su comisión se apresuraron a poner tierra por medio para refugiarse en una tercera España que se pretendía neutral y se constituía, en París, como reserva de futuro.

De modo que el debate sobre la naturaleza y alcance de los crímenes cometidos en territorio de la República como consecuencia inmediata de la rebelión militar es tan viejo como aquellas semanas de julio y ha suscitado no solo apasionados enfrentamientos, sino grandes obras literarias, como el paseo por Madrid del profesor particular de filosofíaHamlet García, un álter ego de Paulino Masip; o la atormentada angustia de un joven juez durante los Días de llamas, de Juan Iturralde; o los cortos, magistrales, relatos de Manuel Chaves Nogales. Tal vez si nos situáramos en esa larga y honda corriente y abandonáramos la vana pretensión de decir algo grande y definitivo -esa “puñetera verdad” a la que se refiere Javier Cercas- que no se haya dicho ya mil veces sobre nuestro horrible pasado, evocaríamos los crímenes entonces cometidos en zona republicana como una tragedia por la que todos tendríamos que hacer duelo. Porque el duelo del que hablaba Azaña obedecía a la evidencia -insoportable para quienes esperaron algún día que la República significara el amanecer de un nuevo tiempo-, de que esas matanzas nada tenían que ver con su defensa ni con los valores por ella representados, sino con el comienzo de una revolución social que, entre otras catástrofes como acelerar la derrota, significaría, de triunfar, el fin de la misma República. Cuando se comparan los crímenes de los rebeldes con los de los leales, al modo en que Ossorio se lo decía a Azaña: ellos comenzaron; o se insiste en que fueron menos: ellos matan más; o se reducen a desmanes de incontrolados: ellos planifican; lo que se olvida es que esos crímenes obedecieron a una lógica propia, reiteradamente publicitada desde discursos de líderes anarquistas, comunistas y socialistas, repetidos cada vez que se cometía un crimen masivo: que era preciso destruir desde la raíz el viejo mundo, prender fuego a sus símbolos y proceder a la limpieza de sus representantes.

De esta suerte, muchos miles de asesinados en las semanas de revolución no lo fueron por franquistas ni por apoyar a los rebeldes: de lo primero no tuvieron tiempo ni de lo segundo, ocasión. Murieron porque quienes los mataron creían que una verdadera revolución -que es una conquista violenta de poder político y social- solo puede avanzar amontonando cadáveres y cenizas en su camino. Fue en ese marco y movidos por estas ideologías y estrategias por lo que se cometieron en territorio de la República, durante los primeros meses de la guerra, crímenes en cantidades no muy diferentes y con idéntico propósito que en el territorio controlado por los rebeldes: la conquista, por medio del exterminio del enemigo, de todo el poder en el campo, en el pueblo, en la ciudad. Luego, desde los hechos de mayo de 1937 en Barcelona, la guerra continuó, la República consiguió rehacer un ejército y un mínimo aparato de Estado y, aunque no se puso fin a las ejecuciones sumarias, al menos se controlaron las matanzas.

Solo ahí comienza la verdadera diferencia en la que tanto insisten quienes califican de desmanes los crímenes de unos y de genocidio o crimen contra la humanidad los de otros. La diferencia consiste en que, a pesar de su rearme, la República no logró conquistar nuevos territorios, y dentro del suyo la limpieza ya había cumplido la tarea que se le había asignado sin que la revolución social hubiera culminado como revolución política: en un territorio progresivamente reducido era inútil -y ya no había a quién- seguir matando a mansalva, como en las primeras semanas de la revolución. Los rebeldes, sin embargo, cada vez que ocupaban un pueblo, una ciudad, proseguían la implacable y metódica política de limpieza valiéndose de la maquinaria burocrático-militar de los consejos de guerra. Eso fue lo que cavó un abismo entre la rebelión triunfante y la República derrotada, un abismo en el que sucumbieron otros 50.000 españoles fusilados tras inicuos consejos de guerra una vez la guerra terminó.

Uno de los vencedores, Dionisio Ridruejo, definió hace ya varias décadas la política de limpieza realizada por su propio bando como una operación perfecta de extirpación de las fuerzas políticas que habían patrocinado y sostenido la República y representaban corrientes sociales avanzadas o movimientos de opinión democrática y liberal. Una represión, escribía Ridruejo, dirigida a establecer por tiempo indefinido la discriminación entre vencedores y vencidos. ¿Cómo se podía derribar esa barrera divisoria, cómo se podía iniciar un proceso que clausurara esa discriminación? La historia se ha contado ya mil veces: no existía posibilidad de reconstruir la mínima comunidad moral en que consiste cualquier Estado democrático si gentes procedentes de los dos lados de la barrera no establecían una corriente en ambas direcciones para sentarse en torno a una misma mesa, hablar, negociar y llegar a algún acuerdo sobre el futuro.

Y eso empezó a ocurrir, en España y en el exilio, desde los contactos de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y del PSOE con la Confederación Monárquica al final de la II Guerra Mundial, y siguió con los encuentros de hijos de vencedores y vencidos en las universidades desde mediados los años cincuenta, con la política de reconciliación aprobada por el Partido Comunista en junio de 1956, con el coloquio de Múnich de 1962, con las reuniones de las comisiones obreras -entonces todavía con artículo y minúsculas- y de movimientos ciudadanos en locales facilitados por parroquias y conventos, con las iniciativas de diálogo y colaboración entre comunistas y católicos en los años sesenta y las Juntas Democráticas de los setenta. En todos estos encuentros se trataba de mirar al futuro sin dejarse atrapar por la sangre derramada en el pasado, de hablar por eso un lenguaje de democracia que daba por clausurada la Guerra Civil o, para decirlo como entonces se decía, que consideraba la Guerra Civil como pasado, como historia, no como algo presente que pudiera determinar el futuro.

Esta visión, y las consecuencias políticas de ella resultantes, es lo que está a punto de ser arrojada al basurero de la historia con la creciente argentinización de nuestra mirada al pasado y la demanda de justicia transicional 35 años después de la muerte de Franco. Denostada hoy como mito y mentira, la Transición fue el resultado de una larga historia española iniciada por un sector de quienes fueron jóvenes en la guerra y continuada por un puñado de quienes fueron niños en la posguerra. No es una historia de miedo ni de aversión al riesgo; consistió más bien en mirar adelante, recusando la herencia recibida, y no a los lados, desde donde no se esperaba ningún impulso democratizador. Esas gentes construyeron una democracia -imperfecta, deficitaria, como todas- sobre una experiencia política de diálogo y reconciliación en la que nadie pretendió defender las razones que pudieran haber asistido a sus padres cuando empuñaron las armas. Si cada cual, a la muerte de Franco, hubiera puesto encima de la mesa su puñetera verdad, es posible que todos nos hubiéramos ido a hacer puñetas dejando como única herencia el lamento por otra gran ocasión perdida.

EL PAÍS – 25/06/2010

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Ganaron con las armas pero no con la razón

ALFONSO CORTÉS GONZÁLEZ

Esta semana se ha cumplido el 79 aniversario de la proclamación de la II República Española, sistema político legítimo y constitucional, derribado por las armas del ejército golpista del General Franco entre 1936 y 1939. Parece que ha llovido mucho desde esa época, y aunque lo haya hecho meteorológicamente, desde el punto de vista histórico, parece ser que tampoco hemos avanzado tanto.

En nuestro país cada vez es más evidente que el principal partido de la oposición (claro candidato a partido de gobierno) saca a relucir sus raíces, y se muestra como un partido política y sentimentalmente unido al Franquismo (sus fundadores eran reputados políticos de la dictadura). A veces, se nos olvida que la dictadura de Franco fue un régimen fascista, no por nada, sino porque cumplía todos los requisitos para serlo, ya que estaban suspendidas las Libertades Civiles, existía un partido único, se demonizaba a la Democracia, se disponía de un Sindicato Vertical, y se violaban los derechos de un pueblo mediante una fuerte represión y una brutal persecución política de las ideas y maneras de vivir. Estas características también las cumplían del mismo modo la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini.

Por tanto, que tengamos un PP (que se sustenta en gran parte sobre el franquismo sociológico) que pretende blindar las responsabilidades de nuestra última tiranía, es terriblemente peligroso. Es como si en Alemania, el principal partido de la oposición y con claras posibilidades de ganar las elecciones, fuese un partido llamado (supongamos)Volks Partei (fundado hipotéticamente en 1989 a partir de pequeños partidos de antiguos políticos de Hitler), cuyos fundadores de cabecera fueran destacados ministros nazis como Goebbels, Hess o Speer, y al frente del cual a modo de estandarte y como presidente honorario (como un tal Fraga en nuestro país) tuviesen a un todavía vivo y senil Joseph Goebbels, quien además durante los 90 gobernaba el Länder alemán de Renania del Norte-Westfalia, su tierra natal. ¿A qué choca? Pues esa de alguna forma parece que es nuestra triste historia. 

Y que no nos vengan los populares con monsergas sobre Stalin o Fidel, ya que todos los demócratas condenamos el recorte de libertades y atropellos contra los Derechos Humanos de todas las dictaduras, y reconocemos a todas las víctimas, sean del color político que sean. Y más vale tarde que nunca: ya es hora de que Partido Popular condene al franquismo. Mientras esto no suceda, aún le quedan por recibir a los de Rajoy muchas lecciones de Democracia, de Política y de Derechos Humanos, pero muchas.

¿De qué sirve que a Rajoy se le llene la boca cuando habla de Derechos mientras niegan el derecho de miles de españoles a saber qué pasó y dónde están los restos mortales de sus familiares cercanos? De nada, simplemente sirve para evidenciar una vez más el grado de demagogia y falsedad que se gastan en Calle Génova, 13. ¿Es tan difícil que un supuesto partido demócrata como el PP condene una dictadura y apoye las aspiraciones legítimas de cualquier hijo de saber dónde está el cadáver de su padre? Hable claro señor Rajoy: ¿les niega ese derecho a millares de familias españolas?

Esto viene a evidenciarnos que la Transición a la Democracia en nuestro país aún no ha sido completada, y que necesitamos una Segunda Transición porque no todos los vestigios de la dictadura han sido depurados de las más altas instancias del poder. Del mismo modo que en la Primera Transición se normalizó el Poder Legislativo, se redactó una Constitución y se depuraron las Fuerzas Armadas, en esta Segunda Transición queda por reformar el Poder Judicial (descaradamente anclado en el pasado), y conseguir que todos los partidos con aspiraciones de gobierno por lo menos sean demócratas (para que nos den seguridad a todos los ciudadanos de que respetan las reglas de juego), y se desmarquen del Franquismo. Si un partido que puede llegar a gobernar no condena la violencia de nuestro régimen anterior, es normal que muchos sintamos miedo al tener dudas sobre el respeto profundo que puedan sentir estos señores por las libertades, la convivencia y respeto entre ciudadanos.

Es cierto que históricamente en España pesa mucho en que el fascismo venciera por las armas en 1939, y muriese plácidamente en un lecho con el poder político intacto. Pero este hecho histórico no puede servir para que esa victoria violenta de hace 6 décadas pretenda delimitar y encasillar nuestro presente y nuestro futuro, ya que eso ni convence (como dijo Unamuno) ni es razón política suficiente.

El acoso que está sufriendo Garzón es un atropello a las propias aspiraciones democráticas y a la Verdad en nuestro país, que está teniendo una respuesta firme y de asombro en el resto de los países democráticos (incluso se abre un proceso judicial en Argentina contra el Franquismo). La gente del PP, con Aguirre a la cabeza, no se conforma con perseguir y destruir a Garzón, sino que nos quieren negar la voz, nos quiere negar nuestro derecho a manifestarnos sobre este tema, y silenciar la memoria reciente de nuestro país. 

La lideresa calificó el acto de apoyo a Garzón en la Complutense como un suceso antidemocrático, cuando ese acto es totalmente democrático porque está amparado por nuestra legislación, ya que tenemos Libertad de Asociación, Opinión y Manifestación. Además, la Universidad en toda Europa, señora Aguirre, es una institución autónoma del poder Político, sea del signo que sea, y lo es así para poder reflexionar, deliberar y discutir sin presiones de ningún tipo, aunque los gastos de la Complutense lo pague la Comunidad de Madrid, o los de mi Universidad lo haga la Junta de Andalucía. Si se le niega esta autonomía a la Universidad, estamos negando su razón de ser y su vocación de hacer avanzar el conocimiento y la civilización. Es evidente señora Aguirre, que no supo aprovechar en sus tiempos mozos su paso por la Universidad. Qué pena.

Ahora bien, lo que es antidemocrático, señores del PP, es querer encubrir los crímenes de la dictadura franquista y no luchar por los Derechos Humanos (de todos, para todos y universales) ya que contribuir a que se sepa la Verdad es construir Democracia. Lo que es antidemocrático, para más señas, es querer callar nuestras voces para que no sepamos qué pasó. Si creemos en las libertades, hay que empezar por reconocérselas a nuestros adversarios (Hitler reconocía la libertad de opinión, pero sólo a los que opinaban como él, igual que Franco). Y como creo en las libertades, señores del PP, defiendo con todo mi corazón y con todas las consecuencias, vuestro derecho a que digáis y expreséis lo que queráis, aunque sean fruto de la ignorancia o de la mala leche. Pero a cambio de vuestra libertad no queráis privarnos de la nuestra. Esa es la esencia del fascismo.

Alfonso Cortés González es profesor de la Universidad de Málaga

EL PLURAL   –  17/04/2010
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LOS CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD NO PRESCRIBEN

PILAR CÁCERES JOSÉ MARÍA NOGUEROL 

Recientemente se han venido desarrollando distintos actos con motivo del aniversario de la II República Española, de 1931. A propósito de aquellos tiempos de la historia de España, quisiera exponer mi punto de vista acerca de los graves delitos cometidos por el régimen franquista, a la sazón, surgido del golpe de Estado contra el régimen democrático de la República y que originó la Guerra Civil española. 

Después del 18 de julio de 1939, tras el fin de la guerra fratricida provocada por el llamado bando nacional al no respetar la legalidad democrática republicana, se cometieron numerosos actos de secuestro, en los que desaparecieron miles de ciudadanos españoles, hasta hoy, no encontrados. 

Algunas voces, poco consistentes jurídicamente, consideran que estos delitos han prescrito a partir de la Ley 46/77 de 15 de octubre, de Amnistía. Sin embargo, muy lejos de ese planteamiento, de escasa consistencia legal, aparece con mucha mayor claridad el derecho internacional que España ha incorporado a nuestro ordenamiento jurídico, en materia de delitos contra la libertad y la integridad de las personas, y que fueron cometidos, contra todo derecho humano, lamentablemente, con posterioridad al conflicto bélico entre españoles y al amparo de un régimen totalitario. La definición de crimen contra la humanidad, al que me refiero, o crimen de lesa humanidad, recogida en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, comprende las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso, encarcelación, tortura, violación, prostitución forzada, esterilización forzada, persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales, étnicos u otros definidos expresamente, desaparición forzada, secuestro o cualesquiera actos inhumanos que causen graves sufrimientos o atenten contra la salud mental o física de quien los sufre, siempre que dichas conductas se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque. Tal definición alude, por tanto, a un crimen que, por su aberrante naturaleza, ofende, agravia, injuria a la Humanidad en su conjunto y que, sin duda alguna, nuestra historia señala con dedo acusador al oscuro paréntesis de los cuarenta años de dictadura fascista. 

La intrínseca gravedad que entrañan los crímenes de genocidio, de lesa humanidad y los crímenes de guerra, así como la impunidad que, con frecuencia, se han procurado los grandes criminales que han perpetrado dichos crímenes, ha dado lugar a la elaboración de los siguientes principios de Derecho aplicables a las más graves violaciones de los derechos humanos: principio de Jurisdicción Universal o principio de extraterritorialidad y el principio de imprescriptibilidad penal. Los crímenes contra la humanidad tienen la especial característica de ser imprescriptibles, es decir, que pueden ser perseguidos en todo tiempo. Y así se recoge expresamente en el art. 132 del Código Penal, según la redacción dada por la LO 15/2003 de 25 de noviembre, que dice: “Los términos previstos en el artículo precedente se computarán desde el día en que se haya cometido la infracción punible. En los casos de delito continuado, delito permanente, así como en las infracciones que exijan habitualidad, tales términos se computarán, respectivamente, desde el día en que se realizó la última infracción, desde que se eliminó la situación ilícita o desde que cesó la conducta”. Y esto tiene su lógica jurídica en que las víctimas no han aparecido. Es por tanto, una oposición estéril, la que algunos pretenden exponer frente a los argumentos contenidos en la Ley 52/2007, de 26 de diciembre. Por mucha urticaria que produzca en algunos sectores inmovilistas, los crímenes contra la humanidad no prescriben nunca y los familiares de las víctimas tienen derecho a reclamar justicia, como la misma sociedad española. 

La Provincia

Diario de Las Palmas

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Guerra civil española- Entrada de los fascistas en Barcelona 1939

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